Las parábolas irreductibles de Ferrer Lerín

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Según un pensamiento literario muy extendido, un lector lee para sí mismo, mientras un transductor lee para los demás. En la segunda categoría se enmarcan los críticos literarios y los editores, y según esta lógica, Besos humanos es una obra compuesta, como poco, a tres manos.

Respecto al autor, se trata esta de otra compilación que vuelve a expurgar breves textos narrativos, 63, de entre los ya publicados antes por F. Lerín entre 1962 y 2017. Así, este volumen pertenece a una saga de libros que amenaza con dar la sensación de que su obra se compone casi totalmente de antologías, como si su palabra fuera la de un juglar que merece ser rehabilitada por transductores de la cultura escrita y elevada.

Sobre el crítico y la editorial que lo escoltan, su intento declarado de ampliar la nómina de lectores desinformados de un autor motejado de minoritario es el mejor fundado y efectivo entre los habidos. Echevarría se comporta como un cicerone de acreditadísima solvencia en la incursión ferrerleriniana en la colección “Narrativas hispánicas” de Anagrama, firmando la selección, la ordenación, y un epílogo que combina la justificación autoinculpatoria del escrutinio, la apología del antologado, y una caracterización genérica, algo confusa, de las narraciones. Que este es el intento mejor fundado de popularizar a F. Lerín se debe, además, al hecho de que es el más reciente, y por lo tanto, el que tiene una mejor perspectiva sobre las virtudes y defectos de los anteriores, y sobre la obra completa del antologado.

En cuanto al género de los textos, el barullo teórico que lleva al epílogo a aplicarles la etiqueta de “poemas en prosa” no es de su responsabilidad. Otros antes la han elegido como rótulo de consenso para señalar el alto grado de “lirismo” de la narrativa ferrerleriniana. Características señaladas como propias de ese lirismo son el simbolismo, el hermetismo, la condensación semántica y la recurrencia rítmica. Pero estas no son privativas de los géneros poéticos, sino una mezcla de rasgos estéticos y retóricos que atraviesan toda clase de género.

Gimferrer habló acertadamente de estas narraciones de F. Lerín como “parábolas irreductibles”. Y así deben entenderse algunas como “Kramer”, la insólita historia laboral de quien trabaja donde no ha sido contratado, perteneciente a una “estirpe de hombres que nunca pensaron que el dinero pudiera llegar a través del trabajo”; o “Parábola del fumador empedernido y el ornitólogo de campo”. Sin embargo, a estas parábolas debe añadírseles un rasgo fundamental, esquivado por una crítica que lo ve como un obstáculo para la promoción del autor hacia una posición de mayor notoriedad literaria. Se trata de su pertenencia incuestionable al mundo de la risa y su mezcla desenfadada de lo culto y lo popular. De esto extrae su autor las grandes virtudes de su palabra. Y a diferencia de lo que ocurre con géneros similares en espíritu, como la canción popular trap, es a causa de su naturaleza jocoseria, rasgo indiscutible de modernidad y popularidad en el ámbito musical, que F. Lerín encuentra su mayor dificultad para ser incluido en la serie literaria.

Su obra es, sin duda, de un humorismo inteligentísimo, y de él se derivan las características principales de sus narraciones. Una de las principales es la elección de géneros narrativos menores que antaño tuvieron un origen en la oralidad, pero que han sido adaptados a la escritura. Con estos F. Lerín refresca el panorama literario narrativo actual de una forma original y nueva. Y aquí es donde verdaderamente esta obra merece el calificativo de híbrida, a saber, en su capacidad para la mezcla de lo serio y la broma, de la oralidad y la escritura, de lo sublime y lo grotesco.

Entre estos géneros menores están los sueños, de los que la crítica olvida su origen como género oral, popular, premonitorio, y por lo tanto simbólico, con ejemplos como “Espantoso ensueño” o “El monstruo”. Vinculado al género del sueño hay aquí otro grupo de narraciones que debemos relacionar también con formas orales como los consejos de un moribundo o la narración de un muerto. “La casa”, mezcla de los 2 géneros mencionados, narra precisamente el regreso al hogar familiar del alter ego ferrerleriniano, 30 años después de su muerte, y muertos son los narradores, o mueren tras el acto de narrar, en “Aparición” o “Mansa chatarra”.

La broma es otro género oral que tiene su adecuación escrita en el desternillante “Malas sábanas”, donde a uno de sus personajes le fue “la espalda comida por los ácaros” y a “la semana hubo que amputársela”. Y es este grotesco lo que hace verdaderamente original una parábola humorística que termina con la salida “no hago más que pensar en lo tonta que fui, que por ahorrarme unos pesos he traído la desgracia”, que descarga de nuevo al género de su seriedad didáctica. El grotesco es otra de las indiscutibles e incomprendidas facetas de la escritura de F. Lerín, ponderada por la crítica como una muestra gratuita de crueldad o violencia.

A este grotesco le es propia una visión alegre de la vida en la que de forma natural y desenfadada vida y muerte copulan, animalidad y humanidad, cultura y barbarie. Propio de estas narraciones grotescas es la naturalidad con la que suceden, como el asesinato de un mandatario narrado en “Brillo”, a causa de su logorrea, o el de “Estrangulación de Malena Cortijo; maniobra denominada la niña bonita” donde, en tiempos de consentimientos expresos, asistimos al asesinato consentido de una fémina y a su celebración final con un banquete de churros.

Las vidas ejemplares, las hagiografías, los preparativos para ejecutar un plan y las conferencias como “Jornada laboral de un poeta barcelonés” que aquí se extracta, conforman el resto de textos que exhiben un hibridismo, siempre con toques humorísticos, mediante el que F. Lerín mezcla sin tapujos lo culto y lo popular, ofreciendo un producto literario inteligente, divertido y extremadamente actual, a la espera de ser dignificado por la lectura.