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Las vanguardias no han muerto porque sus propuestas fueran imposibles sino por falta de seguidores. Las tecnologías que han permitido su difusión han propiciado que nadie quiera escuchar ni ser persuadido de nada, y gracias a objetos globales como los smartphones, todos somos autores sin necesidad de profundización. El proyecto de la vanguardia consistió en denunciar la falsedad de la frontera que separa a la cultura de la vida, y por conservar a los objetos culturales mientras las cosas del mundo se pudrían por el fluir del tiempo atacó primero al museo. Pero aún hay una gran tarea pendiente para quienes, como Ferrer Lerín, pueden imaginar un arte más allá de los dispositivos de la esfera de la cultura (como son el autor, la obra, el medio, el género y la generación), sin cuyo concurso el arte deviene simple vida. Tras el proceso de destrucción de todos ellos que ha operado en su literatura, bien podríamos decir que F.L. es el “último vanguardista”.
Junto a Edad del insecto que paso a reseñar, ha estrenado F.L. a finales de 2016 el libro El primer búfalo y la exposición “Arte Casual” en el MACE de Ibiza. A.C. es un marbete acuñado por el propio F.L. y pertenecen a él “todas aquellas obras que no han sido producidas con intención artística pero que a su vez provocan una emoción estética en quien las observa”. Además, es el “que se da en objetos o grupo de ellos, materiales sin vocación artística, que por su ubicación, colocación o combinación producen en el observador un placer visual sin haberlo pretendido el responsable de la situación”. Las paredes del museo estarán llenas hasta febrero de fotografías que son el testimonio de manifestaciones de este A.C. Pero lo que resulta de gran interés para su literatura es que sus libros, como este Edad, son verdaderas manifestaciones literarias de A.C.
J. Ozón ya incide en el prólogo en esa característica de las obras de A.C. que es la involuntariedad artística. Y es que como convaleciente de un síndrome de modestia crónico, de nueve obras poéticas publicadas hasta la fecha, tan solo tres (y no es el caso de Edad) fueron concebidas por el propio F.L. como libros de poemas. F.L. no es el “completo autor” del resto de sus libros, porque es siempre un profesor o un editor quien selecciona entre sus éditos o inéditos. Así, F.L. pertenece a una lista de autores “extraños” a nuestra cultura, que podríamos llamar “autores casuales”, cuya obra está compuesta mayoritariamente por antologías. Si puede haber un arte real sin autor, y este es un anhelo de la vanguardia más radical, F.L. es un maestro en ello por cuanto que las antologías se disparan con la muerte de sus autores, de modo que se puede decir que publica mediante un verdadero ready-made en el que se hace el muerto.
Hay en este Edad una operación autoral análoga, pues es ahora el prologuista quien por iniciativa propia selecciona y rescata de entre las antiguas carpetas de inéditos de F.L. verdaderas joyas vanguardistas de la época previa a la generación novísima, testigo de cuya prehistoria es este volumen. Así sus catorce epígrafes, ordenados cronológicamente, coinciden con los títulos de las carpetas de inéditos acumulados por F.L. desde finales de los cincuenta hasta 1972, cuando ya habría publicado su primer libro concebido como tal, y también, cómo no, su primera antología a instancias de otros.
El desmontaje del concepto de autor continúa en el proceso compositivo de F.L. Y es que incluso en los libros que sí ha construido como tales, como Fámulo o Hiela sangre, encontramos textos copiados de contextos no literarios, pero su reubicación en un poemario o unas leves modificaciones los convierten en poesía. Conceptos como obra y originalidad quedan difuminados y dejamos paso de nuevo al A.C. presente también en este Edad.
En este poemario está el modus operandi, en su forma más pura, propio de una nueva manera de hacer poesía que se impuso en los setenta. Y si Gimferrer ha hablado más de una vez de F.L. como el padre real de su generación, Edad es el documento que lo confirma. Anticipa el reino del verso libre, del versículo, las listas (que F.L. ha leído en Perse, a quien por cierto le dedica una carpeta íntegra), l’objet trouvé, el automatismo, y toda la experimentación lingüística posible al alimón con una maestría rítmica que han llegado, por cierto, intactas hasta el verso del F.L. actual. Además, las ilustraciones del propio poeta convierten a Edad en un lujo editorial que ningún amante de la poesía moderna debería perderse. Al tiempo que una jalona ya la propia portada, decenas de ellas se entreveran después entre los textos de forma auxiliar; por otro lado hay excelentes poemas visuales como “Mardi” y “Ñandú”, acompañados de fotografías de los papeles originales. Y para redondear su aspiración a pieza de colección, hay poemas ilustrados como “Recibo la de vuestra mortandad” o “Poema de Seferis”, del que nuevamente una fotografía documenta tanto lo escrito, cuanto lo que la incuria del tiempo ha robado por la rotura de una de sus esquinas.
Cerca de lo que podría nombrarse también “obra casual”, encontramos diseminados en Edad una serie de extraños textos que no son tales sino sus proyectos. “…La historia de Ruth!…” o “Fauves” son ejemplos donde el plan para elaborar el poema coincide con el texto final, y son entonces precursores de la misma factura en obras posteriores como Papur (2008), que incorpora el guion “Die Rabe”, creado años antes por F.L. como herramienta de filmación de una película homónima.
Con esta cuidadísima factura, marca de la casa ya desde los bellísimos Mansa chatarra o El Bestiario, se desvela por fin el origen verdadero y pionero de lo que fue una horma nueva para la poesía española, anterior al ya canónico Nueve novísimos de Castellet. Por todo lo cual se justifica y, creo, se obliga al desembolso por este libro de auténtico arte de vanguardia, riesgo y experimentación, de los mejores editados del año, y no en todo sino en casi nada, fruto de la casualidad.